miércoles, 27 de octubre de 2010

Mi primer día de universidad...


Cuando era pequeña imaginaba la universidad como una especie de lugar sagrado, en mi imaginación se mezclaban iglesia, palacio, universidad y museo, sólo sabía que eran lugares muy grandes y misteriosos... Lo único que en mi imaginario distinguía a estas instituciones era la gente a la que se asignaba cada una: la iglesia era para los curas, el palacio para los reyes, el museo para el arte y la universidad para los sabios. Según fui creciendo la universidad se fue desacralizando, pero continuó siendo para mi imaginación un lugar donde se guarda y aflora la sabiduría. Por fin llegó mi primer día de universidad, tras subir y bajar escaleras en la horrorosa y gris, en todos los sentidos,  facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid (en aquellos días famosa por el rodaje de la película tesis), por fin encontré mi aula. Era una estancia grande de interminables filas de pupitres, repletos de gente de más o menos de mi edad. Muchos permanecían abstraídos en su timidez, otros empezaban a hacer migas con el compañero que el azar había colocado a su lado  aquel día. Me senté, observando el ambiente, nerviosa y curiosa, de repente el murmullo se apagó, acababa de entrar el profesor. Era un hombre anciano, pero enérgico, alto, de pelo cano y ademanes bruscos, de arrugas firmes, como cicatrices. Se llamaba Fernando Ripoll, por el acento y el apellido supe que era valenciano, se presentó y seguidamente pronunció este "memorable" discurso:

"Esta mañana, de camino hacia la facultad, he cruzado por delante del metro y me he fijado en la escultura que está frente a la facultad de Medicina. Representa a un hombre joven, vigoroso, sobre un hermoso caballo. Tumbado en la tierra yace un anciano, derrotado por la debilidad de la senectud, estirando en un último esfuerzo su brazo moribundo para lograr darle el relevo al hombre joven. Yo soy el anciano, ustedes son el jinete vigoroso que recoge el relevo de mis manos"

Mi yo romántico se emocionó, mi yo burlón pensó: "ha aquí un hombre de otra época, ya nos viene con su retórica emotiva para principiantes". Luego el tiempo pasó, como aquella maldita universidad no se cayó por su propio peso y su mucha desidia (admiro enormemente a los profesores que se mantenían activos y optimistas en aquel ambiente de párvulos peludos y catedráticos del "corta y pega"), decidí marcharme por mi propio pie en busca de aquel archipiélago maldito, inútil, improductivo y sin futuro (juro que escuché más de una vez estos adjetivos) llamado Humanidades. Efectivamente, no es oro todo lo que reluce, pero no es momento de hablar de aquel fascinante archipiélago con sus especímenes de tiranosaurios vitalicios, sus sistemas de escritura compulsiva y las inefables investigaciones sobre el color de los calzones de Edgar Allan Poe, este tema merecería una enciclopedia. Sólo quería recordar el "inolvidable" discurso de Fernando Ripoll que rememoro cada vez que salgo del metro Ciudad Universitaria y me cruzo con la estatua, aunque mi yo romántico ya no se emocione, mi yo burlón siempre inventa un nuevo discurso:

"Ven ustedes este venerable anciano, derrotado por el peso de los años, no se fíen de él, sólo ofrece el relevo al joven como una artimaña para lograr tirarlo del caballo. No se sabe muy bien si para quedarse con el caballo, con el joven, con el relevo, con la dama que lo esperaba o con todos a la vez. Jóvenes, sólo recuerden este consejo, en esta facultad, como en otras, nada es lo que parece y mucho menos lo que  imaginan..."

1 comentario:

  1. Y desde este rinconcito de Bogotá me levanto y hago PLAS, PLAS, PLAS. Magistral relato, Sofi.

    Gracias,

    Damián

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